Colectivo Silesia

Cuando black mirror llegó a tu farmacia.

por Javier Padilla

 

¿Te tomaste la pastilla?

Te levantas, te haces un café, miras la pastilla del tratamiento que te puso el psiquiatra y dudas si tomarla.

 

No quieres tomarla.

 

Crees que estás en tu derecho a no tomarla.

 

Sin embargo, el psiquiatra te dijo que si no te la tomabas lo pondría en conocimiento de los servicios sociales y eso tendría peso en el juicio por la custodia de tus hijos.

 

Pero es que tomar ese tratamiento te sienta fatal. Te produce somnolencia y te duele muchísimo la cabeza.

 

Sientes que es peor el remedio que la enfermedad.

 

Lo miras y lo dejas ahí.

 

Te vas al trabajo.

 

Tres días después recibes una llamada.

 

Es tu psiquiatra.

 

Ha visto que no tomaste la medicación en los últimos tres días. De hecho ha visto que desde que fuiste a visitarlo la última vez (hace 4 meses, eso sí, porque mucho avance tecnológico pero las consultas siguen saturadas) has tomado la medicación menos de la mitad de los días.

 

Te dice que lo pondrá en conocimiento de servicios sociales.

 

 

Estás jodida.

 

La blackmirrorización de la medicina.

 

Esto, que podría ser parte de un relato distópico  de clase b blackmirrorizado no es más que las puertas que se abren gracias al nuevo episodio de solucionismo tecnológico con el que nos alegra los días la FDA: la aprobación de unas pastillas con un sensor que rastrea si el paciente ha tomado la medicación, lo envía a un parcha que carga esos datos en una aplicación de teléfono móvil cuyos datos pueden ser compartidos con quien el paciente quiera («quiera», la racionalidad de la voluntad, tan propia del liberalismo, no sabemos si peca de candor o de maldad).

 

Lo cuenta Miguel Ángel Máñez en su blog, donde comenta que la FDA advierte de que el producto en cuestión no tiene estudios de demuestren que mejora la adherencia al tratamiento… es decir, no existe evidencia de que mejore lo único que pretende mejorar… en teoría.

 

Esta novedad plantea, sin embargo, dudas y problemas más allá de que se apruebe sin aportar datos de servir para nada (cosa, por otro lado, muy habitual en el mundo de los medicamentos); el problema fundamental se plantea en el ámbito de la ética y el poder.

 

El medicamento en cuestión es el aripiprazol. Un medicamento antipsicótico cuya principal aportación al mundo de la farmacología es no ser tan viejo como otros antipsicóticos. El medicamento se utiliza en el ámbito de la psiquiatría. No es un antituberculoso para controlar la adherencia y frenar las multirresistencias bacterianas en ese ámbito o alguna otra alternativa similar. No.

 

Esto hace que nos pueda dar por pensar que este método de rastreo de la adherencia no es más que una expresión del uso de la psicofarmacología como herramienta de control. Antes de lanzarse a los brazos del solucionismo tecnológico deberíamos pensar si no estamos avanzando en la destrucción de algunos de los pilares más básicos de la relación médico-paciente y de la práctica de la medicina tal y como la entendemos.

 

El derecho a que no sepas si tomé la medicación.

 

Vivimos en tiempos en los que la transparencia y la falta de barreras de comunicación ocupan un papel central en todos los discursos; también en los sanitarios. Creer que la centralidad de la transparencia en los discursos institucionales no tiene un correlato individual (y coercitivo) es pensar los fenómenos sociales de una manera ciertamente edulcorada. Esto lo cuenta bien Byung-Chul Han:

 

Quien refiere la transparencia tan solo a la corrupción y a la libertad de información desconoce su envergadura. La transparencia es una coacción sistémica que se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio. El sistema social somete hoy todos sus procesos a una coacción de transparencia para hacerlos operacionales y acelerarlos. (Byung-Chul Han. La sociedad de la transparencia)

 

La relación entre el médico y el paciente se basa en en respeto y -más matizadamente- la confianza mutua (ojo, mutua, las afirmaciones de House distan mucho de la buena práctica clínica). Ese respeto y confianza incluyen mantener como intactos aquellos aspectos que no quieran ser revelados por parte del paciente, incluso cuando la adherencia al tratamiento sea uno de ellos, y podrá ser tarea del médicx ahondar en esa vía para trazar objetivos comunes y campos compartidos de debate y discusión. Eso no se consigue con un «chip».

 

La adherencia al tratamiento se ha colocado como un objetivo supremo a conseguir, apelando a la beneficencia (mejora de resultados en salud) y a la equidad (buena gestión de recursos económicos); sin embargo, cuesta más encontrar defensas de la centralidad de la adherencia al tratamiento que no obvien por completo la autonomía del paciente. Es necesario que construyamos espacios de encuentro clínico donde el paciente pueda desarrollar su negativa a decirte si ha tomado la medicación (no solo la negativa a tomar la medicación, que eso es algo más desarrollado en muchos ámbitos). El espejismo de la transparencia total nos aboca a escenarios distópicos irrealizables y generadores de dilemas de los que, generalmente, solo se sale por la vía autoritaria que dicta quien en ese momento ostenta poder (y en la relación terapéutica suele caer casi siempre del mismo lado).

También explica Han algo al respecto:

Es ingenua también la ideología de la Post-Privacy. Esta exige en nombre de la transparencia un total abandono de la esfera privada, con el propósito de conducir a una comunicación transparente. Se basa en varios errores. El hombre ni siquiera para sí mismo es transparente. (Byung-Chul Han. La sociedad de la transparencia)

 

¿Entonces el sensor no es más que un invento perverso?

 

No, seguro que tiene aplicaciones, pero son aplicaciones que seguramente son incompatibles con un modelo que incentiva la maximización de beneficios, la extensión de indicaciones y la explotación intensiva del consumo de un producto.

 

En ese modelo no caben muchas más opciones.

 

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