Violencia contra la mujer en/desde el ámbito sanitario.
Retraumatización y doble violencia desde la posición de poder de lxs profesionales.
Más del 12% de las mujeres han sufrido violencia de género física o sexual y tanto sus efectos en la salud como su impacto en las biografías de las personas acaban con mucha frecuencia en las consultas médicas. Desde la posición de poder de lxs médicxs (especialmente, de lOs médicOs), el no reconocerla o incluso cerrar los ojos a ella tratándola como un asunto privado o que no es nuestra competencia supone una retraumatización de las víctimas. No sólo por cerrar la puerta de un espacio que debería acoger la vulnerabilidad, sino porque no ser escuchadas ni creídas reproduce la sensación de soledad y desamparo que permite que sigamos callando y muriendo.
El sistema sanitario reproduce los valores culturalmente asociados a lo masculino: lo racional, lo objetivo, lo cuantitativo o lo medible. Y este marco hace que ante violencias invisibilizadas como la psicológica o la sexual no se piense en ellas, se generen dudas o se cuestione a las mujeres, reproduciendo las cosas que no hay que hacer. Sin embargo, aunque hay personas que fingen lumbalgias no se nos ocurre cuestionar o minimizar la existencia del dolor de espalda. Esto ocurre porque, como el resto de nuestra sociedad, el sistema sanitario es patriarcal y trata diferencialmente peor a las mujeres.
Desde el modelo biopsicosocial y la consideración de las condiciones de vida y las desigualdades como un factor muy influyente en la salud de las poblaciones, es necesario que nos cuestionemos nuestro papel.
La justificación de la violencia en nombre del amor y/o la enfermedad por parte de algunos profesionales sanitarios supone un doble proceso de invisibilización y banalización que no puede pasar inadvertido. La recurrencia de casos de feminicidio por parte de señores mayores hacia sus parejas afectadas de Alzheimer claro que ha de ser analizado en clave de género (en clave feminista), puesto que es esta variable la que hace que el que mata y la que muere se repartan los géneros de una forma casi invariable.
La mirada androcéntrica que funciona con estereotipos de género en la consulta o en la investigación.
Hasta los años 90 ha sido una práctica habitual inferir los resultados de las investigaciones biomédicas realizadas en los hombres a las mujeres (incluso de ratones a ratas en laboratorios) generándose un conocimiento sesgado y asimétrico que afecta a la salud de las mujeres. (vease el ejemplo del Síndrome de Yentl)
Las peculiaridades del funcionamiento biológico femenino, con su ciclo menstrual, sus posibilidades reproductivas, su porcentaje mayor de grasa corporal, así como su contexto concreto social-político-medioambiental, exigen detenerse. Lejos del esencialismo reproductivo, que ha sido la mirada tradicional de la medicina sobre las mujeres, es necesario poner en el centro una ciencia de morbilidad diferencial, en la que la calidad de vida de las mujeres sea prioridad en la atención médica, en políticas públicas y en la investigación científica.
Si además tenemos en cuenta que el sistema de género es un marco en el que se engloban todos los determinantes sociales de la salud, es fácil deducir que la posición subalterna de las mujeres acarreará problemas de salud específicos que interseccionarán con otros ejes de desigualdad. Una mayor tasa de precariedad laboral (y de trabajo parcial no elegido), escasez de políticas de conciliación (para quienes pueden acceder a ellas), techos de cristal y suelos pegajosos son solo algunos de los aspectos que inciden de forma más gravosa y diferencial sobre las mujeres y que pueden tener impacto directo sobre su salud y sobre nuestra forma de acercarnos a dicha salud.
Un conocimiento asentado en la violencia.
El control de la reproducción y toda la fisiología que engloba la capacidad reproductora del cuerpo femenino ha sido la materia de estudio principal de una medicina androcéntrica y patriarcal. Frente al uso del masculino como género neutro en la mayoría de los estudios ciéntificos, el control de nuestra fertilidad o el estudio de nuestro aparato reproductor ha conllevado una historia de violencia y de experimentación con mujeres que aún sigue sin reconocerse. Vease la historia de Anarcha, Lucy y Betsey, esclavas negras con las que se experimentó para llegar al tratamiento de la fístula vesicovaginal y que a día de hoy siguen siendo invisibles para la historia. O, sin ir más lejos, los experimentos con fármacos para modificar el trabajo de parto que ocurrieron en hospitales españoles en los años 50 o 60. La revisión de nuestra historia y la reparación de esta sigue siendo una asignatura pendiente en los libros de medicina o en las facultades.
La violencia obstétrica.
La problemática que se vive dentro del sistema sanitario es honda y compleja. Con frecuencia los y las profesionales que trabajamos dentro estamos impregnadas de formas de hacer, de inercias, cascadas y presiones que aun siendo generadoras de violencia y abusos cuesta mucho visibilizar y cambiar.
Un ejemplo de ellos es el que sucede en el terreno de la obstetricia, la ciencia médica que trata sobre el cuerpo de las mujeres en el momento de atención a embarazo, parto.y posparto. Siendo estos procesos complejos y muy vinculados al sistema sanitario, llama la atención la cantidad de mujeres y familias han sufrido procesos traumáticos. A veces como consecuencia de prácticas inadecuadas y lejos de la evidencia o a veces por maltratos verbales o físicos directamente ejercicios desde profesionales. Esta forma de violencia sobre las mujeres en España, escapa de la legislación y el reconocimiento (comunicado SEGO Octubre 2018). Disfrazada de paternalismo,esta violencia se ejerce sobre los cuerpos de las mujeres en momentos muy vulnerables, convirtiendo su cuerpo en un campo de batalla, despreciando sus saberes y medicalizando e instrumentalizando procesos no patológicos.
Hasta que no pongamos nuestros errores en el centro del debate y logremos ceder el poder, entender las vivencias y asegurar el buen trato, a pesar de lo delicado, no cesarán estas formas de violencia desde dentro del sistema sanitario.
La violencia “administrativa” en la intersección de la producción y la reproducción: más allá de los permisos de maternidad.
Ahora que el debate sobre la idoneidad de la equiparación y no transferibilidad de los permisos de maternidad y paternidad está sobre la mesa (PPINA frente a PETRA) es preciso poner también la mirada en una violencia que escapa la práctica puramente clínica y llega a los resquicios de los trámites administrativos (aunque también sean herramientas clínicas).
El embarazo no es una enfermedad, y contra su excesiva medicalización hemos de estar alerta, pero el embarazo normal sí que puede entrar en conflicto con el completo desempeño de las labores productivas habituales ligadas al trabajo formal (ni que hablar de las ligadas al trabajo informal, mucho más invisibilizadas e incomprendidas), sin embargo dentro de muchas consultas se sigue incitando a las mujeres a exprimir sus cuerpos en el ámbito laboral bajo argumentos que distan mucho de la protección de la salud en el embarazo.
Y más allá del embarazo, la distribución actual de la carga de cuidados es generadora de enfermedad y de mala percepción de salud de forma diferencial en las mujeres. Cargas que no se reconocen como generadoras de incapacidad (cuando la palabra “incapacidad” tiene sentido monetario) y que impactan de forma diferencial sobre las mujeres.
Por último, no podíamos terminar este texto sin hacer referencia expresa a la serie publicada el año pasado con artículos sobre este tema, pero tratado de forma más extensa, en Catalunya Plural:
– ¿Dónde están las mujeres en el mundo científico sanitario?
– En posición ginecológica: de la estructura a la experiencia
– La ciencia y la práctica médica: un reflejo de la sociedad patriarcal.
– Violencias en espejo, dos voces de mujeres profesionales de la salud.
– Violencia obstétrica hacia las mujeres.
– Excesos y proteccionismo del sistema sanitario hacia las mujeres.
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