De muerte somos todos, porque muerte y porque somos.
por Javier Padilla
“De muerte somos todos” es el título de un trabajo de investigación realizado por Maite Cruz y Marina Trigueros, presentado maravillosamente en un vídeo del mismo título. De muerte somos todos, y sin ese “somos” es imposible conjugar ciertos aspectos del verbo morir, podríamos añadir.
Llevamos unos cuantos años en los que la muerte digna y sus diferentes matices van haciéndose hueco en la sociedad general, en la práctica de las personas que trabajan en la sanidad y en los servicios sociales, en los debates políticos e incluso en las iniciativas legislativas. Hasta ahora esa conceptualización de la muerte digna se ha desarrollado dentro del marco de los cuidados al final de la vida y del desarrollo de las herramientas que capacitaran al individuo a tomar decisiones sobre sus últimos momentos de la vida de forma diferida, esto es, cuando aún está sano, en plenitud de facultades, capacidades y competencias.
Como casi siempre, los debates políticos y las propuestas legislativas van muy por detrás de lo que marca la sociedad en su conjunto, de manera que hace ya tiempo que cada vez que se trata de ver cuál es la opinión de la población sobre la eutanasia o el suicidio asistido nos encontramos con mayorías notables a favor de su regulación, especialmente de la primera. Algunos colectivos consultores también se han posicionado claramente, como el Comité Consultivo de Bioética de Cataluña, que en 2006 pedía que se regulara la eutanasia.
La eutanasia (y el suicidio asistido) se regulará, solo queda dictaminar si esto ocurrirá pronto o si se seguirán dando patadas hacia delante para retrasarlo. En otros países ya comenzaron a andar hace tiempo, de maneras distintas y plurales (imprescindible este texto de Mª Ángeles Molina y Rafael Serrano sobre los caminos existentes y las preferencias de nuestra sociedad)
Mientras tanto toca pensar qué tipo de construcción elegimos para el desarrollo de los derechos en torno a la muerte. Existe una corriente, claramente heredada de la hipertrofia del principio bioético de autonomía, que aboga por una regulación basada en la santificación del deseo y la voluntad individuales, no sólo como principio rector de la toma de decisiones, sino también como garante de la buena muerte. Una especie de individualización de los últimos momentos de la vida que recuerda a la formulación liberal (rawlsiana) pero principalmente a la formulación de Robert Nozick del principio de autopropiedad.
Por otro lado, es necesario generar un discurso que desde la salud pública sepa ahondar en el encuadre de la muerte digna, la buena muerte, o la denominación que queramos darle, desde una perspectiva de colectividad y salubrismo. Probablemente el concepto que más capacidad de generar este discurso tenga sea el de los cuidados; recordando la frase utilizada durante el encuentro del PACAP 2016, “hace falta una comunidad entera para cuidar una persona”; los cuidados, el establecimiento de relaciones de interdependencia y la existencia de unas condiciones sociales que determinan la salud del individuo y la población, así como llevan a las personas a disponer de unas opciones u otras a la hora de diseñar su escenario de muerte ideal, han de ser los principios que vertebren una mirada de salud pública frente al compromiso común de lograr que en nuestra sociedad la buena muerte sea algo más que la traducción del latín de la palabra euthanasia.
En el libro de Roberto Gargarella “Las teorías de la justicia después de Rawls” dedica un apartado a debatir sobre la existencia de derechos colectivos o el monopolio de la individualidad como titular de derechos (derechos morales, no derechos legales); en un momento enuncia la siguiente frase, recogiendo conceptos de Kymlicka:
“La capacidad que tenemos para formar y revisar concepciones del bien se encuentra atada a nuestra pertenencia a una determinada cultura”
Más allá de la individualidad en las decisiones sobre las condiciones que uno quiere para pasar los últimos momentos de su vida, es necesario articular una visión más colectiva que valore todos esos aspectos que determinan esas decisiones, así como todas esas redes que harán posible que dichas decisiones puedan desarrollarse de una forma satisfactoria.
Porque de muerte somos todos. Tanto por muerte como por somos.