Interseccionalidades y confluencias. Salud, escuela y familias.
Patricia Escartín Lasierra, médica de familia y comunitaria
Idoia Saiz, educadora social
Las 3 de la tarde de un jueves cualquiera. La biblioteca de un colegio público. Un documental sobre la vacuna del virus del papiloma humano. Un visionado conjunto de una veintena de madres del colegio. Un espacio para compartir dudas, reflexiones y propuestas junto con una médica de familia y comunitaria y la matrona del centro de salud del barrio. ¿Nos resulta una escena extraña?¿Por qué?¿Es por la hora elegida?¿Es el tema?¿Es que estas mujeres no-tienen-otra-cosa-qué-hacer?
A partir de este encuentro nos han surgido más reflexiones y preguntas para las que quizás no tengamos respuesta pero sí queríamos compartir, porque a) entendemos que no somos “especiales” y probablemente compartamos inquietudes con otras personas que nos puedan leer y b) exponerlas lo entendemos como un ejercicio de estímulo de la inteligencia colectiva y una invitación a participar de estas cavilaciones.
El que la Asociación de Madres y Padres (AMPA) de un colegio público proponga una actividad como ésta nos lleva a varias preguntas:
– ¿Es el espacio educativo un buen entorno para hablar de salud?
– ¿Quiénes acceden a estos espacios y por qué?
– ¿Cuáles son las expectativas de profesionales sanitarios/as y del entorno educativo con respecto a estas iniciativas?
– ¿Estamos preparadas y/o dispuestas a trabajar de forma conjunta desde el ámbito educativo y sanitario para mejorar la salud de nuestras poblaciones?¿qué recursos dedicamos a la educación para la salud?
¿Es el espacio educativo un buen entorno para hablar de salud?
La familia y la escuela son los principales contextos que contribuyen a crear el ambiente adecuado para un desarrollo saludable de niñas y niños. Un buen comienzo en la vida significa apoyar a las madres y a los niños y niñas: el desarrollo temprano y la educación ejercen un impacto sobre la salud que dura toda la vida [1].
Como bien escribió Mariano Hernán [2] (…) esos chicos y chicas que aprenden, estudian, juegan, crecen y comparten sus capacidades e ideas con nuestra sociedad, deben ser considerados como ciudadanos y ciudadanas constituyentes de un grupo clave, como personas autónomas que precisan ser protegidas y tener figuras adultas comprometidas con su bienestar. Asimismo, hemos de favorecer su participación, dándoles voz e incorporándolas en todas las políticas públicas, apostando por acciones basadas en los valores y recursos positivos que los propios chicos y chicas y la comunidad en la que viven pueden aportar.
Los espacios educativos (formales e informales) son el espacio idóneo en el que hablar sobre temas de salud: pasamos en ellos los primeros años de nuestra vida, muchas horas de cada día; gran parte de nuestras redes sociales y conocimientos se generan ahí.
Una de las funciones de la escuela es promocionar la salud y prevenir la enfermedad [3] y la Educación (así, con mayúsculas) es uno de los principales determinantes de la salud de nuestras poblaciones.
Existen iniciativas clave en el desarrollo de este trabajo estratégico conjunto entre el sector educativo y el sanitario, como es la Red de Escuelas para la Salud en Europa (Schools for Health in Europe network [SHE]). En Aragón, tenemos la suerte de contar con la Red Aragonesa de Escuelas Promotoras de Salud (RAEPS), cuya función es consolidar y reconocer los centros educativos que priorizan la salud en sus proyectos educativos y favorecer el intercambio de experiencias entre los equipos de trabajo. [4]
Pero, ¿no deberían ser todos los centros educativos promotores de salud?¿Es esta característica un factor importante a la hora de elegir el lugar donde se escolariza a nuestras criaturas?¿Son los profesionales sanitarios conocedores de estas iniciativas?
Fig 1. Extraída del blog de la Red Aragonesa de Escuelas Promotoras de Salud (http://redescuelasaragon.blogspot.com.es/)
En el caso de haber contestado positivamente a estas últimas preguntas, cabe cuestionarse lo siguiente: ¿Quiénes acceden a estos espacios y por qué?
A raíz de compartir distintas experiencias con varias AMPAs de diferentes colegios, nos planteamos cómo hacer para que estos espacios compartidos de reflexión en torno a temas de salud sean atractivos y accesibles para toda la diversidad de familias que acuden a los centros educativos.
Somos conscientes de que, si bien las convocatorias son abiertas, tanto para las actividades puntuales como al trabajo cotidiano, lo habitual es que sean mujeres “autóctonas” las que se benefician de los mismos, lo que nos lleva a cuestionarnos si no estamos reproduciendo patrones heteropatriarcales (¿a los padres de las niñas no les interesa conocer más sobre la vacunación del virus del papiloma humano?¿es una cosa de mujeres?) y la Ley de Cuidados Inversos [5], también en promoción de la salud, dado que están accediendo a estas actividades las mujeres que quizás por nivel de estudios, acceso a información o nivel socioeconómico, menos lo “necesitan” [estas cuestiones, sobre todo esta última, las planteamos con grandes interrogantes y no queremos introducir un sesgo más].
Quienes elaboramos talleres o proyectos, ¿desde dónde lo hacemos? ¿Somos capaces de descolonizarnos de nuestras miradas para poder llegar a todas las personas que así lo deseen?
Estas reflexiones nos llevan a la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las expectativas de profesionales sanitarios/as y del entorno educativo con respecto a estas iniciativas?
Tenemos la sensación de que existe cierto miedo y/o reticencias a la hora de compartir espacios fuera de nuestras “zonas de confort” (¡ojalá nuestros centros de trabajo los considerásemos zonas confortables…!). Por un lado, porque quizás cuestionemos la eficiencia de estas intervenciones, más aún si son fuera del horario lectivo (¿vendrá alguien?) por otro, porque en promoción de la salud es fundamental que los mensajes sean claros, veraces, comprensibles, accesibles, basados en las evidencias actuales y adecuados a los entornos en los que los lanzamos. Esto no es fácil. También requiere saber manejarse con grupos de personas a las que no conoces, que probablemente usen un lenguaje diferente y que te pueden hacer reflexionar en un momento determinado- con poco margen de reacción- sobre temas que ni te habías planteado. Conocer tu propia reactividad ya es complejo en la consulta o en el aula, donde te sientes más cómoda y puedes “manejar” el clima, como para enfrentarte a este otro ambiente.
Desde los profesionales sanitarios es frecuente la queja sobre la falta de educación sanitaria y/o educación para la salud que tienen los pacientes que acuden a las consultas. Desde la ciudadanía, la falta de empatía y de información que reciben de las profesionales.
¿Cómo podemos conjugar demandas y expectativas de uno y otro lado?
¿Estamos preparadas y/o dispuestas a trabajar de forma conjunta desde el ámbito educativo y sanitario para mejorar la salud de nuestras poblaciones?¿qué recursos dedicamos a la educación para la salud?
La alianza entre ambos sectores es clave en la mejora de la salud de todas las personas. Pilares básicos del llamado “estado de bienestar”(sobre el que podríamos también entrar a debatir) y que sin embargo parecen a veces tan alejados en la práctica diaria.
En este sistema neoliberal que cada día ahoga- a veces, literalmente- a miles de personas, las partidas presupuestarias son a menudo la antítesis de las necesidades reales de las personas. ¿Qué recursos se dedican a la promoción de la salud? Ya en 1974 el Informe Lalonde mostró cómo las condiciones de vida de las personas ( o los estilos de vida, según corrientes de pensamiento) son los factores fundamentales en la salud/enfermedad de las personas y sin embargo es el sistema sanitario (cada vez, sí, más empobrecido) el que se lleva la mayor parte de los recursos económicos. Nuestra salud no depende únicamente de los servicios sanitarios a los que accedemos, sino que éstos son un determinante más ( y en absoluto el más importante) de nuestra salud. ¿No urge ya un cambio de enfoque?
En la mayoría de los casos estas actividades se desarrollan gracias a la voluntariedad de las personas participantes, lo que nos lleva no solo a pensar, sino a exigir un cambio de paradigma en el que la voluntad sea la de trabajar de forma intersectorial, dedicando los recursos necesarios para hacer real la sostenibilidad de la vida.
¿Por dónde empezamos? Apostamos por una mayor coordinación entre profesionales; difusión entre las familias de programas e iniciativas escolares; facilitar que las AMPAs y otros colectivos participen y expongan sus demandas y necesidades en los Consejos de Salud de los barrios ( o en las Mesas de Agente, Mesas de Salud o como quiera que se llamen los dispositivos que favorecen este encuentro entre diferentes agentes en cada territorio); la puesta en valor y promoción en los planes de infancia y juventud de iniciativas que trabajen en este sentido con los diferentes colectivos implicados, especialmente los de más difícil acceso.
Entre tantas preguntas, una certeza. El convencimiento de que es el municipio (cercano a la ciudadanía) el lugar que nos confluye y la esperanza de que sea desde ahí donde se pongan los medios y las facilidades necesarias para que trabajemos en la misma dirección.
[1] Wilkinson R, Marmot M. Social determinants of health. The solid facts. 2nd ed. Geneva: Regional Office for Europe of the World Health Organization; 2003.
[2] http://marianohernanblog.blogspot.com.es/2013/03/buscando-el-bienestar-de-la-infancia-y.html
[3]http://marianohernanblog.blogspot.com.es/2013/05/tratamiento-educativo-de-temas-de-salud.html
[4] Pilar Aliaga Traín, Manuel Bueno Franco, Ana Calvo Tocado, Javier Gallego Diéguez, José Ramón Ipiens Sarrate y Begoña Vilches Urrutia. Red Aragonesa de Escuelas Promotoras de Salud. Revista Comunidad. Junio 2015. Volumen: 17. Número: 1. Disponible en: http://comunidadsemfyc.es/red-
[5] Tudor Hart J. The inverse care law. The Lancet. February 1971;297 (7696):405-12, 427