Colectivo Silesia

Diagnóstico: violencia policial.

por Pedro Gullón y Javier Padilla

 

Un brote de una enfermedad ha causado 844 afectadxs en Barcelona el pasado domingo, de los cuáles 128 han requerido hospitalización. Los síntomas incluyen contusiones y heridas de diferente tipo, alguna de ellas grave. Brotes similares se registraron en varias ciudades españolas en los días después del 15 de mayo de 2011 y se han producido en Murcia en los últimos días. Se producen casos aislados y en brotes más pequeños de forma basal en población de bajo nivel socioeconómico.

 

¿De qué estamos hablando? Violencia policial.

 

En este foro no somos especialmente amigos de darle un enfoque frecuentista a la violencia policial –para eso ya está la fiscalía-, ni en biologizar y medicalizar procesos tan sociales como la violencia policial; sin embargo, 844 afectados con 128 hospitalizados son unos números potentes para hacer saltar la alarma de cualquier proceso. Creemos que una perspectiva de salud pública puede aportar un grano de arena a comprender la dimensión de un problema que también afecta a la salud.

 

Ya desde hace tiempo que la violencia en sí misma es considerada como uno de los problemas de salud pública susceptibles de estudio e intervención. Aunque con limitaciones, la aproximación epidemiológica y salubrista se ha aplicado a la violencia para aportar un método de estudio útil para caracterizarlo, valorar su impacto e identificar los determinantes y mecanismos causales.

 

No obstante, nuestra intención no es identificar la causa de cada agresión individual en un policía en concreto. Por aquí somos más de estudiar las causas de las causas. Por ello, la salud pública debería atender a los mecanismos que de verdad producen la violencia policial y atender a las teorías sociológicas: la asimetría de poder, las teorías de conflicto, la violencia legítima por parte del estado… así como cuál es la distribución social y espacial en los que la violencia policial se produce en las ciudades.

 

En EEUU, y especialmente tras los hechos de violencia policial registrados el año pasado en Baltimore, la Salud Pública empieza a prestar atención a este problema. La literatura científica sobre el tema empieza a aumentar, y un ejemplo de ello es el número especial que dedicó la revista Journal of Urban Health al tema. En dicho número se pueden leer una serie de artículos que tratan de la violencia policial desde diferentes ópticas. Se insiste en la utilización de sistemas de recogida de información que sirvan para mejorar la caracterización de las personas heridas de bala (para poder utilizar esa información en el desarrollo de acciones posteriores) –Richardson Jr et al-; se revisan experiencias previas de reducción de muertos civiles por tiroteo basadas en desescalar el conflicto y evitar o minimizar el uso policial de la fuerza –Saligari, Evans-; a partir del caso de Baltimore se analiza la evidencia disponible que apunta al hecho de que la policía, cuando es violenta y actúa sobre comunidades fragmentadas supone un riesgo para la salud pública –Gómez-; en un artículo bastante contundente –Gilbert, Ray– se preguntan por qué la policía mata a hombres negros con impunidad, concluyendo que “la aceptación social y la sanción legal de la criminalización de los cuerpos negros obstruye los principios de la democracia y los esfuerzos en pro de los derechos humanos. Para lograr la equidad en salud en el siglo XXI los investigadores y las personas que elaboran las políticas pueden aprovechar la Public Health Critical Race Praxis y la interseccionalidad para ayudar a igualar las interacciones públicas de todos los ciudadanos y poner fin a la era del martirio involuntario”.

 

La literatura disponible parece confluir en la identificación de la denominada “violencia policial excesiva” como un determinante social de salud que, aprovechando un marco de segregación espacial y de estratificación social de la legitimidad en el uso del poder, hace uso de la fuerza del estado para disciplinar de forma socialmente selectiva, teniendo efectos sobre la salud mediante la acción directa y, sobre todo, mediante la acción indirecta (lo que Michael Marmot denomina “the status syndrome” que se podría denominar en este caso “the policing surveillance syndrome”).

 

Cuando la violencia policial no te toca a ti.

 

“To serve and protect” es el lema que tienen pintado muchos coches de policía; ese lema podría ser devuelto como “para servir (¿a quién?) y proteger (¿de quién?)”

 

Como muchas otras cosas, la violencia policial existe incluso aunque a ti no te pase; es más, existe incluso aunque tengas la certeza de que a ti no te pasará porque siempre estés del lado de quien golpea y nunca de quien pueda ser golpeado. La violencia policial salta a la esfera pública cuando lxs golpeadxs son personas con las que quienes tienen voz se identifican (votante de referendum, señora mayor sentada en la puerta de un colegio electoral, señor en silla de ruedas en las acampañdas del 15-M, bombero manifestante o chica joven “bien vestida” (sic) que camina por una calle y se cruza con un antidisturbio), al igual que los brotes de enfermedades se vuelven importantes cuando cruzan el estrecho, el istmo de Tehuantepec o salen del sudeste asiático.

La violencia policial y la búsqueda “por perfiles” (es decir, la actuación policial sobre personas por sus características de vestimenta, raza, sexo, edad,…) es un hecho y, como todo lo que tiene que ver con el código postal, tiene efectos sobre la salud. En un artículo del año pasado en el Journal of Urban Health, Sewell y Jefferson analizaron la relación entre la frecuencia de episodios de “stop and frisk” (“parar y registrar”, esto es, los registros “espontáneos” por la calle) y la prevalencia de enfermedades. En dicho artículo concluyen que vivir en vecindarios donde una detención es más probable que acabe en un registro está de forma consistente asociado a resultados negativos en salud; además, encontraron que los resultados negativos en salud podrían atribuirse a una mayor probabilidad de uso de violencia en las actuaciones policiales, así como a un uso de la violencia más desigual (etno-racialmente hablando) en dichas actuaciones policiales.

 

Como decía Eskorbuto (en la época en la que la violencia policial no se podía documentar con un móvil que cualquiera llevara en el bolsillo), «¿Quién tiene el poder? ¿Quién tiene el futuro? ¿Quién? ¿Quién lleva la ley?»

 

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