Sanidad universal: el marco es nuestro.
Hace años las campañas electorales no mencionaban la sanidad ni por asomo, y si lo hacían era para repetir el lema de somos-el-mejor-sistema-sanitario-del-mundo de forma tan vacía como incapaz de captar ninguna atención. Esta semana, sin embargo, el debate electoral se ha llevado algún titular en forma de exabrupto vacío en contra de la universalidad de la asistencia sanitaria.
Lo primero que nos sale es arrojar decenas de datos que muestran que dar atención sanitaria completa a los inmigrantes indocumentados es más eficiente que no hacerlo, que ahorra costes y mejora la salud de la población o que, simplemente, son seres humanos. Después de ver que los datos no sirven lo que (nos) sale es el exabrupto, instalados en la idea de que el marco ajeno es el que hay que derribar con argumentos, y no al revés. En España, el marco establecido es universalista, y a partir de este hecho tal vez podemos empezar a hablar.
En nuestro país, la sanidad universal no se puede romper, más que temporalmente, por decreto, porque es el resultado de una cultura de los servicios públicos basados en la solidaridad y su financiación colectiva como forma de cuidado mutuo, facilitado -como casi todo lo cultural- por políticas concretas, pero con un apoyo colectivo que no puede cambiarse mediante el Boletín Oficial del Estado. Este marco donde la sanidad universal es el resultado de unos valores que hemos construido colectivamente es contra el que tienen que luchar quienes enarbolan los mensajes de exclusión.
Sin embargo, este marco social y cultural que nos hemos dado donde la universalidad de la sanidad es la condición por defecto no es algo inmune a los ataques, de modo que más nos valdría poner en marcha los mecanismos que la blindan socialmente y la fortalecen en aquellos aspectos materiales que pueden abrir la puerta a ponerla en duda. La evidencia disponible y las recomendaciones de todos los organismos supranacionales avalan las posturas universalistas, pero arrojar datos a la cara de quien vive de construir un sistema basado en la exclusión no basta, es necesario que las condiciones materiales y las prácticas del sistema sanitario demuestren capacidad y solvencia a la hora de convertir sus valores en hechos y cotidianidad.
La universalidad de nuestro sistema sanitario no la debilitan discursos xenófobos ausentes de un esqueleto que aguante la más mínima confrontación y con el único apoyo de la convicción ciega del que miente y del que quiere que le digan lo que quiere oir. La universalidad de nuestro sistema la debilita una recaudación fiscal deficiente que estrangula la suficiencia presupuestaria del mismo, la debilita el deterioro progresivo de la Atención Primaria y la permanente promesa de una transformación que no llega y que huele más a inyección letal que a rescate. La universalidad la deteriora la tardanza en dejar atrás, de una vez, el atroz Real Decreto 16/2012, que introdujo cambios en nuestro sistema que rompieron su universalidad y cuya recuperación interruptus por parte del gobierno del PSOE ha logrado que, a día de hoy, mientras unos vociferan que el sistema sanitario no puede atender a todos los inmigrantes indocumentados que llegan a nuestro país, muchos de esos inmigrantes alzan la voz para decir que, de hecho, no se les está atendiendo por mil y una barreras (formales e informales) que se encuentran en el sistema y fuera de él.
La mejor forma de defender la sanidad universal es teniendo sanidad universal, y mostrando que son los sistemas inclusivos los que aportan mayor calidad, y no los sistemas de calidad los que pueden permitirse ser inclusivos.
Cerramos este post con un extracto del libro (del que aún no hemos dado la tabarra por aquí) «¿A quién vamos a dejar morir?», que dice lo siguiente:
La ideología en las políticas de salud siempre ha estado ahí, y la derrota (desde su aprobación) del Real Decreto 16/2012 fue no lograr lo que Moruno expresa como «que su presencia sea su ausencia». Enarbolar la crítica a la ruptura de la universalidad señalando que se trataba de una medida ideológica era a la vez una derrota y una victoria. Una derrota porque obligó a los defensores de la universalidad del sistema sanitario a comprar el marco utilitarista que planteó el Gobierno y hubo que aludir a argumentos alejados de la consideración de los migrantes como personas (basada en un concepto de cobertura sanitaria como derecho humano), debiéndose acudir a argumentos basados en su capacidad de producción o en la pertinencia de evitar que fueran vehículos de transmisión de enfermedades infecciosas. Sin embargo, también fue una victoria porque se evitó que una medida de exclusión de población basada en una condición burocrática fuera vista como desprovista de ideología; en el momento en que se articuló el argumentario como algo ideológico se puso fecha de final a esa medida, y muestra de ello es que una de las medidas del Gobierno que vinieron después fue reformar ese Real Decreto (que la reforma fuera fallida y parcial es algo que daría para otro análisis).
¿A quién vamos a dejar morir?. J. Padilla. Capitán Swing. 2019.
[Este es un post sin datos ni bibliografía, nos hemos hartado a darla en los últimos 7 años y solo apunta en una dirección. Solo enlazar a Yo Sí Sanidad Universal y REDER, porque forman parte de esas iniciativas que apuntalan los cimientos culturales y sociales de la universalidad de nuestro sistema.]