Colectivo Silesia

«La guerra contra el cáncer»: la metáfora bélica como cárcel.

por Javier Padilla.

[este texto forma parte de un ejercicio para el Máster de Filosofía de los nuevos Retos contemporáneos]

Las guerras en la postmodernidad.

En el año 2012, la Unión Europea recibió el Premio Nobel de la Paz por “más de seis décadas de contribución a la paz, la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa”. Parece claro que la ausencia de guerras de larga duración (aunque sí haya habido conflictos bélicos, entendidos de forma clásica) en el territorio de la Unión Europea desde su constitución no es mérito solamente de la integración política y económica, sino que se ha visto influida por el cambio en aquello que entendemos por “guerra”, por las maneras en las que se identifican los contendientes y por el papel de las guerras en la generación de identidades individuales y colectivas en las sociedades actuales.

Afirma Innnerarity[1] que “nos enfrentamos a adversarios que no tienen ni territorio, ni Gobierno, ni fronteras, ni diplomáticos, ni asiento en el Consejo de Seguridad, ni verdaderas razones para negociar. Podríamos decir que las guerras son un asunto cada vez más social que militar”. De acuerdo con esta afirmación, y llevándola más allá de la desestatalización de los conflictos bélicos, podría afirmarse incluso que las guerras ya no tienen por qué implicar violencia física armada o explícita, sino una práctica de la confrontación y la violencia más individualizada y vinculada al mantenimiento del statu quo (o su impugnación) del sistema económico.

Las dinámicas bélicas ya no son exclusivas de los enfrentamientos violentos armados entre gobiernos de diferentes países, sino que han penetrado en una suerte de guerras líquidas que impregnan aspectos de la organización rutinaria de las sociedades contemporáneas tales como la vivienda, la igualdad de género y sus roles o aspectos relacionados con la salud o el medio ambiente.

En el ámbito de la salud, la guerra más conocida y estudiada es la denominada guerra contra las drogas (“the war on drugs”), ampliamente analizada como un ejemplo de mecanismo fallido a la hora de lograr sus teóricos objetivos en materia de salud y limitación del consumo de sustancias tóxicas[2][3], pero mantenida y alimentada económica y políticamente por su labor como regulador de la política exterior y comercial[a] . La de las drogas es una guerra comercial con tintes biopolíticos claros; sin embargo, de la guerra que se va a hablar en las próximas páginas es la llamada guerra contra el cáncer. Una guerra contra un enemigo no señalable en forma de persona, con un campo de batalla que no es otro que el cuerpo de las personas que lo padecen y con unas armas que oscilan entre el avance tecnocientífico y el papel totalitario de la psicología positiva.

La guerra contra el cáncer: una guerra multinivel.

“El cáncer de mama, ahora puedo decirlo con conocimiento de causa, no me hizo más bella ni más fuerte ni más femenina, ni siquiera una persona más espiritual. Lo que me dio, si es que a esto lo queremos llamar «don», fue la oportunidad de encontrarme cara a cara con una fuerza ideológica y cultural de la que hasta entonces no había sido consciente; una fuerza que nos anima a negar la realidad, a someternos con alegría a los infortunios, y a culparnos solo a nosotros mismos por lo que nos trae el destino.” (Ehrenreich B. 2012)[4].

La búsqueda de mejoras diagnósticas y terapéuticas pasó de ser un acto médico a una guerra a partir del año 1971, con la firma por parte de Richard Nixon del National Cancer Ac, prolongándose e intensificándose esta forma de interacción con el cáncer a lo largo de los años, como muestra la frase de Barack Obama en el año 2009, recogida en la revista Harper’s Bazaar “Ahora es el momento de comprometernos a librar una guerra contra el cáncer tan agresiva como la que el cáncer libra contra nosotros”[5]; esa agencia atribuida a “el cáncer” y su posicionamiento como enemigo a combatir está presente no solo en los discursos y documentos políticos, sino también en medios de comunicación o incluso en documentos técnicos al respecto.

Una de las características fundamentales de la guerra contra el cáncer es la escala a la cual se localiza la batalla; una vez abandonada la escala estatal e incluso la colectiva las nuevas guerras, y esta más concretamente, alude a una individualización del sujeto bélico; esta individualización del sujeto bélico afirmado por López Petit[6] se transforma en la individualización del objeto bélico cuando hablamos de la guerra contra el cáncer, siendo una agencia parcialmente externalizada la que experimenta el individuo que padece cáncer, necesitando enfrentar la enfermedad porque le va la vida en ello pero viéndose obligado a hacerlo en términos de guerra por la fuerza ideológica y cultural subyecente, como afirma Ehrenreich en el párrafo que abre este epígrafe.

Este carácter individual del campo de batalla se complementa con el carácter multinivel de las dimensiones implicadas en la guerra contra el cáncer: una dimensión económica que se vehiculiza por medio del avance tecnocientífico, otra dimensión colectiva que alude a la supremacía de la producción tecnocientífica frente a la reproducción de los cuidados, y la mencionada dimensión individual a la que se aboca la resolución de esta guerra, exponiendo al sujeto a la contradicción de ser agente, campo de batalla y materia prima de producción del conflicto bélico a la misma vez.

La batalla económica de la tecnomedicina.

Uno de los aspectos menos presentes en el debate público pero más patentes en el análisis académico sobre las guerras es su función como dinamizador de la demanda en contextos de crisis económica. La guerra, y su despliegue armamentístico, actúa como una especie de New Deal en lo económico y como un captador de discursos e intereses en lo mediático y la comunicación política.

En el ámbito de la guerra contra el cáncer, la función de estímulo económico se centra en el anhelo tecnoutópico de que la inversión en investigación y desarrollo en el ámbito del cáncer es el arma disponible para la sociedad a la hora de hacer frente y vencer al enemigo. Si bien está claro que es mediante la investigación y desarrollo de nuevas vías terapéuticas como se podrán obtener avances contra el cáncer, la inserción de esta investigación en una dinámica belicista hace que se relajen los mecanismos de transparencia y control a los avances tecnocientíficos, que no se cuestione la titularidad privada de estos avances y su lucro incesante, así como que se margine la inversión en otros ámbitos distintos a lo tecnocientífico y más vinculados a esferas del ámbito de los cuidados no curativos, más propios de una economía de los cuidados mayormente olvidada en situaciones arrasadas por la guerra y la emergencia.

La dimensión económica de la guerra contra el cáncer es la estructura sobre la que descansan las motivaciones de la guerra y los planteamientos para su ejecución, al mismo tiempo que actúa como perpetuador de la misma al no impugnar en ningún momento ni el marco belicista que se está desarrollando ni el modelo económico que lo genera. Como se comentará posteriormente, no es posible dejar de vivir en guerra contra el cáncer si una impugnación total de la dimensión económica de dicha guerra.

La batalla social: la guerra por los cuidados (spin-off de la guerra contra las mujeres).

Toda atención a un problema de salud tiene tres componentes fundamentales: el curativo, el rehabilitador y el de cuidados. Mientras los dos primeros son elementos que parten del ámbito sanitario y gozan de una fuerte autoridad (entendida como “el poder legítimo”), el elemento relacionado con los cuidados solo es valorado en relación con su capacidad para el mantenimiento de la vida productiva, y no en relación con la mejora de la calidad de vida, el mantenimiento de la misma o el reforzamiento de los vínculos comunitarios e interpersonales.

La asimetría de atención política y económica entre producción y reproducción tiene un correlato también en la guerra contra el cáncer. Ese enemigo identificado como “el cáncer”, impersonal, identificable pero múltiple, se incrusta en un discurso individualizador en el cual el cáncer es una guerra que ha de librar el individuo afectado con unas armas que son el avance tecnocientífico y cierta dosis de positivismo psicológico. El cuidado, que podría ser entendido en este contexto no solo como la realización de las actividades necesarias para el correcto desempeñar de la vida, especialmente en situaciones de dependencia o déficit de autonomía, sino también como el fortalecimiento de los vínculos sociales que favorezcan el afrontamiento agente y no paciente de la enfermedad, queda relegado a un rol invisible y sustituido por discursos de psicología positiva de honda base neoliberal e individualista.

La destrucción de los vínculos comunitarios  en la función de cuidados de la función de cuidados del ser humano permea también la guerra contra el cáncer tiene también su impronta en la falta de impugnación del modelo de acumulación privada vinculado al desarrollo de nuevas terapias contra el cáncer. Lo público aparece como intermediario entre la acumulación privada de los avances tecnocientíficos y la provisión hacia el individuo de dichos avances, pero en esa guerra sirve como un vehículo que transporta el arma al terreno de juego y que facilita el papel dominante de la dimensión económica de esta guerra, no como lugar desde el cual pensar la acción colectiva y las alternativas a la perspectiva bélica del abordaje del cáncer.

La batalla individual: el paciente como combatiente y campo de batalla.

Otro de los aspectos fundamentales de las guerras de la postmodernidad, como señala López Petit6, es que ya no se libran aludiendo a la colectividad, sino que su construcción se realiza sobre el individuo. En el caso de la guerra contra el cáncer, el individuo es el campo de batalla a la vez que se convierte en ser susceptible a la construcción de identidades como campo de batalla, es decir, como enfermo de cáncer (o como superviviente, una vez ganada la batalla).

En el siguiente extracto de un artículo del New England Journal of Medicine se muestra cómo la generación de identidades en torno al cáncer puede, en ocasiones, suponer una negación de la información que tiene la propia persona,

«Durante mi especialización en cardiología trabajé en una clínica cardiovascular para mujeres; allí hice a todas las pacientes nuevas la misma pregunta: «¿Cuál crees que es la primera causa de muerte en las mujeres?» La mayoría de las mujeres elegían entre cáncer de mama o cardiopatía. Pero Ms. S., una mujer de mediana edad con hipertensión e hiperlipemia, contestó de una manera que me sorprendió: «Sé que la respuesta correcta es la cardiopatía», dijo, mirándome a la cara como si estuviera enfrentándose a una tentación irresistible, «pero de todos modos voy a contestar ‘cáncer de mama'». (Rosenbaum L. 2014)[7]

Esta dinámica de identificación con el rol de combatiente y su perpetuación posterior en el rol de superviviente de cáncer no dista mucho de la identificación de los veteranos de guerra con su rol durante los años que la guerra duró, con la diferencia de que en el caso de la guerra contra el cáncer, esta ocurre en el propio cuerpo de la persona.

Como sociedad, ¿se puede escapar a la guerra contra el cáncer?

La expresión “pensarnos en guerra” cobra su máximo significado en el caso de que la guerra sea uno mismo, es decir, que el enemigo sea algo compuesto por el propio tejido de la persona y que el lugar donde se desarrolla la batalla sea el propio cuerpo. Escapar de esta forma de relacionarnos con el cáncer se antoja complicado, máxime en épocas de individualismo exacerbado.

Las guerras ya no comienzan y tampoco acaban, sino que transforman escenarios de baja intensidad de violencia o actividad bélica en otros de mayor actividad, fluctuando con el tiempo. Por ello cabe plantearse qué elementos han de darse para poder escapar de la guerra contra el cáncer, y por ello podríamos plantear los siguientes supuestos de partida:

  • Eliminación de los incentivos económicos a la perpetuación de la vertiente científico-técnica de la guerra contra el cáncer, por medio de la introducción y priorización de criterios de solidaridad intra e intergeneracional en la gestión de la investigación, desplazando al lucro como movilizador principal de los esfuerzos investigadores.
  • Desarrollo de un pensamiento posthumanista que supere el ansia de inmortalidad y ponga en el centro la necesidad de ser una sociedad cuidadora (con visión interespecie e intergeneracional). Trascender la visión del superviviente de cáncer como héroe de guerra hacia una visión de la persona que ha tenido o tiene cáncer como alguien merecedor de cuidados por parte de la sociedad.
  • Deconstrucción de la individualización del aparato de la guerra y colectivización las respuestas al problema de salud pública que supone el cáncer.
  • Superación de los modelos económicos y sociales basados en la idea del crecimiento perpetuo, que favorecen el abordaje bélico de la realidad al ser este un acercamiento muy funcional a la dinámica económica productivista y extractivista.

Frente a la proliferación de distopías que plantean un futuro fuertemente individualizado por medio de la tecnodistopía, es preciso plantear futuros utópicos que sirvan de referencia para la construcción de realidades de superación de la dinámica realidad-guerra-competición hacia otra de realidad-conflicto-cooperación.

Bibliografía.


[a] Los libros “El poder del perro”, “El cártel” y “La frontera”, de Don Winslow, caracterizan muy adecuadamente el carácter multidimensional de la guerra contra las drogas.


[1] Innerarity, D. (2016). Tribuna | La globalización del sufrimiento. Retrieved 24 January 2020, from https://elpais.com/elpais/2016/02/09/opinion/1455042643_098630.html

[2] Moore, L., & Elkavich, A. (2008). Who’s Using and Who’s Doing Time: Incarceration, the War on Drugs, and Public Health. American Journal Of Public Health98(5), 782-786. doi: 10.2105/ajph.2007.126284

[3] Godlee, F., & Hurley, R. (2016). The war on drugs has failed: doctors should lead calls for drug policy reform. BMJ, i6067. doi: 10.1136/bmj.i6067

[4] Ehrenreich, B. (2012). Sonríe o muere. Madrid: Turner.

[5] Lennon, Christine (2009). «Ovarian Cancer: Fighting For A Cure». Harper’s Bazaar. Retrieved.

[6] López Petit, S. (2020). Tomar el pulso a lo real | Espai en Blanc. Retrieved 24 January 2020, from http://espaienblanc.net/?cat=7&post=2386

[7] Rosenbaum, L. (2014). “Misfearing” — Culture, Identity, and Our Perceptions of Health Risks. New England Journal Of Medicine370(7), 595-597. doi: 10.1056/nejmp1314638

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