Colectivo Silesia

Los 100 millones y la Salud Mental.

por Javier Padilla

Tras unos años en los que la actualización de la Estrategia de Salud Mental del Ministerio de Sanidad había sido un asunto recurrente, y tras muchos estamos-trabajando-en-ello, Pedro Sánchez organizó un acto de puesta en valor de la salud mental en el marco de salida de la pandemia y anunció un Plan de Acción dotado con 100 millones de euros en cuatro años.

Hasta aquí todo en orden.

Ahora bien, 100 millones de euros en cuatro años son algo más de 50 céntimos de euros por habitante y año. Hay quien podría decir que esto habría que prorratearlo solo entre los usuarios y usuarias de los servicios de salud mental, pero las políticas del ministerio en esta materia tienen más bien un ámbito poblacional (prevención, mejora general de la formación de los y las profesionales sanitarios, etc).

Más allá de los-100-millones, que creo que es una cifra demasiado redonda para responder a un cálculo concreto de necesidades y recursos, creo que tenemos-que-hablar-de-lo-de-la-salud-mental.

Casi coincidentemente, ayer se anunció que la Generalitat de Catalunya va a realizar un programa piloto de renta básica y que lo coordinará Sergi Raventós, conocido por su labor en el ámbito de la renta básica y sus efectos sobre la salud mental (esta entrevista en El Salto creo que es muy chula al respecto). He de decir que he sido incapaz de encontrar la dotación presupuestaria de este plan piloto.

El debate actual sobre las necesidades de políticas en salud mental está muy enfocado en el marco asistencial y poco en el marco de sus determinantes. Esto ocurre tras décadas de victorias apabullantes del asistencialismo y, sobre todo, tras una década de precarización de las estructuras sanitarias de atención al padecimiento psíquico, especialmente de aquellas que más cerca de la comunidad realizan su trabajo.

El otrora debate “¿qué necesito, un psicólogo o un sindicato?” parece que ha ido evolucionando a “¿qué necesito, un psicólogo, un sindicato, una renta básica o que alguien me pregunte qué necesito?”, evidenciando de forma más clara que la respuesta no es única y que sirve para ejemplificar las diferentes formas de actuar sobre el problema si partimos de la base de que el problema es a gran escala y tiene magnitudes de problema-de-salud-pública.

Mover la curva.

La opción salubrista por excelencia puede quedar representada por la Renta Básica Universal, que supone un proxy de lo que sería garantizar los derechos de subsistencia de la población.

Se actúa de este modo sobre el conjunto de la población, tratando de mejorar los determinantes sociales fundamentales de salud, y especialmente de salud mental. Muchos datos sobre esto hay, en algún texto previo lo comentamos más detenidamente y la evidencia generada desde entonces ha ido por ese mismo camino.

Mover la curva y actuar sobre personas de mayor riesgo.

Una combinación de garantizar derechos de subsistencia y actuar en el ámbito de lo laboral (por la vía sindical) sería un ejemplo de acción conjunta a la vez poblacional y particular pero actuando sobre determinantes sociales de salud (renta y empleo, en este caso) en vez de sobre aspectos asistenciales.

Muy probablemente fuera una estrategia más completa que la previa y, además, al dirigirse no solo a la solución de problemas individuales sino al reforzamiento de estructuras sindicales en un marco de garantías de derechos de subsistencia, seguramente tendría beneficios más allá de las personas que hicieran uso de la vía sindical.

Esta idea del sindicato como elemento importante en el abordaje del sufrimiento psíquico parte de la base de que una parte notable de dicho sufrimiento está íntimamente ligada a situaciones de precariedad, explotación y conflictividad laboral que pueden beneficiarse solo muy parcialmente de abordajes clínicos (tanto terapia como medicamentos).

Mover la curva y actuar sobre personas de mayor riesgo en lo colectivo y en lo individual.

Incorporar a lo anterior la necesidad de adecuar la acción clínica (en la atención en Salud Mental, por parte del profesional pertinente en cada caso) para abordar problemas de salud mental desempeña un valor clave con respecto a los anteriores, y es que hay gente que no puede ser dejada solo a la mejora de lo colectivo para la mejoría de su situación individual y concreta y que, además, puede que no una mejora en la situación de sus determinantes sociales de salud no sea suficiente porque su problema de salud mental exceda ese marco (o al menos, exceda el marco de lo solucionable con la garantía de derechos de subsistencia y acción sindical).

Ahí es central poder garantizar una atención en tiempo y forma, con respeto a los marcos de autonomía existentes y con una atención lo suficientemente cercana a la comunidad como para garantizar que todas las alternativas comentadas tienen una continuidad y gozan de un acompañamiento en el nivel donde la vida transcurre.

La renta básica y el sindicato (tomados aquí como representantes de políticas de un tipo concreto) tienen la característica de que sirven a quien la recibe pero también mejoran la sociedad en su conjunto (mayor cohesión, mejores condiciones de trabajo, etc), mientras que «la terapia» (tomada igualmente como representante de intervenciones de un tipo concreto) centran su beneficio en el individuo que pasa por ella. Esta diferencia es, probablemente, la que señala con más intensidad a la complementariedad y, sobre todo, al imposible abandono de las primeras por el cegamiento solucionista de las segundas.

Pero el marco no está ahí.

Ahora bien, aterricemos. El marco actual, especialmente en una situación de restricción importante de recursos junto a una notable subida de la demanda de atención en el ámbito de la salud mental, es el de actuar casi exclusivamente en el aumento del número de profesionales, el establecimiento de ratios de profesionales/población y de tiempos de espera. Eso es imprescindible, porque además es probable que no podamos lograr grandes cambios en los modelos de acción pública sobre la salud mental sin el necesario activismo de unos profesionales que solo podrán ser agente de cambio si no están ahogados en  el hartazgo y la sobreocupación, pero no es suficiente.

Tenemos el reto de que hablar de estrategias de salud mental sea también hacerlo del plan piloto de renta básica de Cataluña, de la derogación de la Reforma Laboral, de las estrategias de refuerzo de la acción sindical, del fomento de los Grupos de Apoyo Mutuo, del reconocimiento y representación de las iniciativas de primera persona… y también del número de profesionales. El problema de tener la necesidad (algo urgente) de que las estrategias de salud mental hablen de todo esto es el riesgo de que no hablen de nada y se conviertan en un significante donde todo quepa, donde lo fácilmente realizable se coma por completo a lo estructuralmente necesario y, sobre todo, donde todo pueda ser representado por un número redondo.

Totalmente bienvenida la aprobación del Plan de Acción en Salud Mental de hoy, y soy capaz de renunciar a pararme más a señalar lo escasa de su cuantía si logramos pasar pantalla y ver que de los ámbitos sobre los que se han anunciado medidas esta semana -por acción y por omisión-, esto es, vivienda, permisos de maternidad, cultura y plan de acción en salud mental, no es este último el que es más central a día de hoy para la mejora de la salud mental de la población, ni en general ni de quienes están en situaciones más al borde.

Hay un hilo que conecta las propuestas de aumento de profesionales con el Plan de Acción en Salud Mental presentado hoy con el Plan Piloto de Renta Básica Universal de Cataluña. Y ese hilo, además, nos atraviesa a todas y todos.

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