Colectivo Silesia

China y COVID-19: cuando tu diagnóstico epidemiológico es el racismo

Nos levantamos estos días con noticias en los medios que nos evocan un claro déjà vu a diciembre de 2019 y enero de 2020; noticias alertan de que China tiene un aumento de casos de COVID-19, los hospitales están saturados, y algunos países empiezan a realizar algunos controles de frontera con China. 

Cuando leo estas noticias yo en lugar de a 2020, me traslado a 2050, porque me siento extremadamente cansado, como si toda una vida me pasara por encima. Pero cuando dejas que las primeras sensaciones te pasen, tienes que preguntarte, ¿pero qué está pasando? ¿por qué China? ¿debemos preocuparnos en España?

China ha sido uno de los países que ha tenido políticas más restrictivas para el control de la expansión de COVID-19; se trata de uno de esos (poquísimos) territorios que han aplicado políticas de lo que se ha llamado zero covid, inicialmente pensadas para la eliminación del virus de su territorio. 

Tras 3 años de pandemia, muy pocos lugares han seguido con políticas tan restrictivas. El rol de las vacunas, la inmunidad adquirida, y las presiones económicas y sociales han hecho que en mayor o menor medida casi todo el mundo haya relajado las políticas contra el COVID-19. El ejemplo en nuestro estado, donde la medida no farmacológica estrella contra el COVID-19 ahora es la absurda medida de llevar mascarilla en el transporte público. 

Sin embargo, China se encuentra en una situación diferente ahora mismo. Por un lado, su política de zero covid no ha conseguido eliminar el virus, solo mitigar mucho el efecto de las olas pandémicas (que no es poco). Esto ha significado que, de forma periódica durante 3 años, se ha tenido a mucha parte de la población en diversos grados de confinamiento (odiando esta palabra, se entiende bien en el contexto global), lo que ha llevado a unos grados de tensión social muy alta en el país. Esto les ha obligado a tener que dar un giro de 180 grados a sus políticas de control de un día a otro, justo cuando las tensiones estaban muy altas por el crecimiento de casos. Por otro, China no tiene el mismo grado de protección inmunitaria que otros países; la vacuna de distribución en China (Sinopharm) tiene una efectividad menor que otras vacunas y no se han conseguido coberturas muy buenas (especialmente de personas vulnerables). 

Estas dos condiciones han llevado a una explosión de casos en el país, y diferentes medios (y personas influyentes expertas) empiezan a alertar sobre que este crecimiento de casos en China va a tener consecuencias globales. Si hay una lección de la pandemia que no hemos aprendido es que del bocachanclismo no se sale, y que los análisis de 2020 no valen para 2023. Sin ninguna información científica, ya nos encontramos a divulgadores y opinólogos llamando a la catástrofe. Desde mi punto de vista, hay tres razones por las que José Luis, desde su sofá de Chamberí, por ahora no debería preocuparse por una extensión a España de este aumento de casos, y debería dejar de pedir a Pedro Sánchez que controle Barajas: 

  • Mientras que China aumenta sus casos, España no ha dejado nunca de tener transmisiones comunitarias altas. La situación sería muy diferente si esto fuese 2020 y no tuviésemos inmunidad previa, o si no tuviésemos el virus circulando a sus anchas por España. Pero parece que por desgracia para mucha gente que quiere descargar los cartuchos del casito, no nos encontramos ahí. 
  • La posibilidad de variantes que escapen a la vacunación por ahora es un salto mortal destinado a que algunos opinólogos llenen medios y miedos. ¿Por qué van a ocurrir en China y no en cualquier país de Europa donde llevamos mucho más tiempo de transmisión alta? Hemos llenado debates con muy poca comprensión real de qué significaban nuevas variantes olvidando todas las dimensiones políticas, económicas y sociales que explicaban mucho mejor las dinámicas de propagación. Por supuesto que es una posibilidad que ocurra, pero debido a transmisiones globales en todo el mundo, no solo en China. 
  • Las políticas de PCR a la entrada al país se han mostrado inefectivas. Lo único que podemos hacer con ellas sería retrasar algo la entrada (2 semanas estima el ECDC), pero con ellas se nos escapan todos aquellos que lo están incubando. Ya ha habido mucha discusión científica y política del tema, y el consenso es alto. 

Esto no significa que no haya que preocuparse porque un país que representa el 15% de la población mundial tenga un aumento de la transmisión de COVID-19. A mí me preocupa, pero principalmente porque se vienen semanas muy duras para la población de China, y creo que eso ya es razón suficiente para preocuparme. Bastante tiene la población China para que la carguemos (otra vez) con el peso de la pandemia. Ya hemos vivido como el racismo contra las personas de China se ha vivido en esta pandemia, al igual que en el SARS en 2003, lo cual creo que desde luego dice poco de la progresión anti-racista.

Quizá es verdad que estemos volviendo a 2020, pero no de la manera que crees. Vuelvo a ver análisis racistas de por qué pasa esto en China sin analizar las condiciones políticas y sociales (parece que aquello de “los países con mascarillas tienen menos COVID-19” no era tan fácil, vaya por Dios), vuelvo a ver a países aplicando políticas racistas de fronteras con muy poca evidencia científica y vuelvo a ver a auténticos cantamañanas queriendo casito. Sin embargo, lo que no se ve es una llamada a poner en contexto los datos o a tener en cuenta a la vigilancia epidemiológica (SIEMPRE hay que tenerla en cuenta, independiente de lo que pase ahora en China, y eso sí es una asignatura pendiente para reforzar). 

En realidad, lo que me gustaría ver a mí es empatía con la población de China, un refuerzo de los sistemas de vigilancia en salud pública para esta y otras amenazas, y una verdadera visión global y política de los problemas de salud pública. A lo mejor para eso me tengo que trasladar a 2050, pero la oportunidad está delante.

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